Título: El arte de aprender
Autor: Josh Waitzkin
Editorial: Ediciones Urano
PVP: 15 €
El libro que os recomiendo no es un libro de ajedrez propiamente dicho aunque sus primeras cien paginas habla de ajedrez. El autor tal vez no os suene de mano pero seguro que la mayoría lo conoceréis si os digo que es el niño sobre el que trata la película "En busca de Bobby Fischer". No es una biografía propiamente dicho aunque trata profundamente su infancia y adolescencia. Josh Waitzkin abandono el ajedrez a la edad de 21 años después de convertirse en Maestro Internacional y estar a punto de vencer en el Campeonato Mundial Juvenil (rechazó tablas a Svidler en la última ronda, lo que le permitía quedar co-campeón). La fama que le acaerró la película le pesó en gran medida y decidió buscar nuevos rumbos en su vida. Desde entonces se dedica a una actividad totalmente distinta aunque él la encuentra relacionada: el TAi chi chuan. En esta especialidad ha cosechado aún mayores éxitos llegando a ser campeón del mundo.
Me sorprendió sobre manera su opinión sobre uno de los entrenadores más prestigiosos del mundo: el ruso Mark Dvoretsky.
"Mark Dvoretsky y Yuri Razuvaev son los pilares de la escuela rusa de ajedrez. Considerados por muchos como los dos mejores entrenadores del mundo, ambos han dedicado su vida a convertir jovenes maestros de ajedrez de talento en competidores de talla mundial. Los dos poseen un enorme repertorio de material educativo original para jugadores de alto calibre, y te verías en apuros para encontrar un Gran Maestro que no estuviera seriamente influenciado por alguno de ellos. Entre los 16 y los 21 años tuve la oportunidad de trabajar extensamente con aquellos dos entrenadores legendarios, y tengo el convencimiento de que las implicaciones de sus dos estilos pedagógicos diametralmente opuestos son cruciales para el estudiante. Desde luego, para mí lo fueron.
Cuando conoces a Yuri Razuvaev, te sientes relajado. Tiene el aire modesto y pacífico de un monje budista, y una sonrisa dulce y ligeramente irónica. Ante una decisión, como por ejemplo dónde ir a comer, se encogerá de hombros, dando a entender amablemente que cualquiera de dos posibilidades lo satisfarían. Su lenguaje es asimismo abstracto. Cuando conversas con él, es muy fácil que el mayor de los tesoros invada tu mente como una brisa. Cuando aparece el tablero de ajedrez, el rostro de Razuvaev muestra una concentración relajada, sus ojos te atraviesan y entra en escena una mente afilada como una navaja. Analizando partidas con él, sentía cómo estaba penetrando en los recovecos más profundos de mi mente con cada movimiento de las piezas. Después de unas cuantas horas de trabajo, tenía la impresión de que me conocía y comprendía mejor que nadie en mi vida. Era como un jugador de ajedrez al estilo del Maestro Yoda.
Por su parte, Mark Dvoretsky tenía un tipo de personalidad muy diferente. En mi opinión, es el mejor escritor de ajedrez profesional del mundo. Sus libros son programas extensivos de entrenamiento para jugadores de élite mundial, y los estudian religiosamente potentes Maestros y Grandes Maestros Internacionales. "Leer" un libro de Dvoretsky lleva muchos meses de duro trabajo, tal es la densidad de ideas acerca de algunos de los elementos más esotéricos del pensamiento ajedrecístico. Es asombroso cuántos cientos de horas he pasado interpretando sus capítulos, con el cerebro al límite y finalizando cada sesión de estudio completamente exhausto, pero infundido de una comprensión un poco más matizada de las fronteras más distantes de las posibilidades del ajedrez. Hablando en plata, un genio.
En persona, Dvoretsky es un hombre alto y de complexión fuerte, con gafas gruesas, y que casi nunca se ducha ni se cambia de ropa. Socialmente es de trato difícil, y cuando no está hablando de o jugando al ajedrez, parece un pez dando coletazos en la arena. Lo conocí en el primer Campeonato del Mundo Kasparov-Karpov en Moscú cuando yo tenía 7 años, y esporádicamente estudiamos juntos de adolescente. Cuando visitaba Estados Unidos, solía pasar cuatro o cinco días en casa, con mi familia. Durante aquellos períodos, las preocupaciones no relacionadas con el ajedrez no tenían nada que hacer allí. Cuando no estudiabamos, se sentaba en su habitación, analizando posiciones de tablero en el ordenador, y a la hora de las comidas mascullaba entre diente mientras se le caían al suelo trocitos de patata o de pollo. Cuando conversaba, se le acumulaba una espesa saliva en las comisuras de los labios, que a menudo escupía como hilillos de pegamento. Si ha leído usted la extraordinaria novela La Defensa, de Nabokov, acerca del excéntrico genio del ajedrez Luzhin, pues bien, aquél era Dvoretsky.
Cuando se sentaba frente al tablero, daba la impresión de revivir. De algún modo, sus dedos gruesos se las ingeniaban para manipular las piezas con elegancia. Se sentía sumamente seguro de sí mismo, rayando incluso en la arrogancia. Se acomodaba en la mesa frente a un alumno de talento e inmediatamente empezaba a desarrollar composiciones de ajedrez de una enorme complejidad para que las resolviera. Su repertorio de abstruso material parecía ilimitado, planteando, hora tras hora, inagotables interrogantes. A Dvoretsky le encantaba ver a una mente dotada debatiéndose con sus problemas, regodeándose en su poder mientras los jovenes campeones iban perdiendo, poco a poco, su audaz creatividad. Como estudiante, estas sesiones me evocan las escenas de prisión de Orwell en 1984, donde notables pensadores de mente independiente eran aniquilados sin miramientos hasta quedar reducidos a una piltrafa humana.
Entrenarse con Yuri Razuvaev se asemeja mucho más a un retiro espiritual que a una pesadilla orwelliana. Su método depende de una aguda apreciación de la personalidad de cada alumno y de sus predisposiciones ajedrecísticas. Yuri posee una sorprendente sagacidad psicológica, y su estilo pedagógico parte de un detenido estudio de las partidas de sus estudiantes. En un período de tiempo increíblemente corto, descubre la clave del estilo del jugador y los obstáculos que bloquean su más pura autoexpresión. Luego diseña un programa de entrenamieto individualizado que profundiza sistemáticamente en su conocimiento del ajedrez al tiempo que fortalece sus dones naturales.
Mark Dvoretsky, por su parte, ha creado un sistema de entrenamiento globalizado al que, según cree, todos los estudiantes deberían integrarse. Su método cuando trabaja con un alumno consiste en desmoronarlo con una considerable brutalidad y luego acomodarlo en el molde de su sistema de entrenamiento. En mi opinión, este enfoque puede tener consecuencias muy negativas para los jovenes y briosos estudiantes."
Autor: Josh Waitzkin
Editorial: Ediciones Urano
PVP: 15 €
El libro que os recomiendo no es un libro de ajedrez propiamente dicho aunque sus primeras cien paginas habla de ajedrez. El autor tal vez no os suene de mano pero seguro que la mayoría lo conoceréis si os digo que es el niño sobre el que trata la película "En busca de Bobby Fischer". No es una biografía propiamente dicho aunque trata profundamente su infancia y adolescencia. Josh Waitzkin abandono el ajedrez a la edad de 21 años después de convertirse en Maestro Internacional y estar a punto de vencer en el Campeonato Mundial Juvenil (rechazó tablas a Svidler en la última ronda, lo que le permitía quedar co-campeón). La fama que le acaerró la película le pesó en gran medida y decidió buscar nuevos rumbos en su vida. Desde entonces se dedica a una actividad totalmente distinta aunque él la encuentra relacionada: el TAi chi chuan. En esta especialidad ha cosechado aún mayores éxitos llegando a ser campeón del mundo.
Me sorprendió sobre manera su opinión sobre uno de los entrenadores más prestigiosos del mundo: el ruso Mark Dvoretsky.
"Mark Dvoretsky y Yuri Razuvaev son los pilares de la escuela rusa de ajedrez. Considerados por muchos como los dos mejores entrenadores del mundo, ambos han dedicado su vida a convertir jovenes maestros de ajedrez de talento en competidores de talla mundial. Los dos poseen un enorme repertorio de material educativo original para jugadores de alto calibre, y te verías en apuros para encontrar un Gran Maestro que no estuviera seriamente influenciado por alguno de ellos. Entre los 16 y los 21 años tuve la oportunidad de trabajar extensamente con aquellos dos entrenadores legendarios, y tengo el convencimiento de que las implicaciones de sus dos estilos pedagógicos diametralmente opuestos son cruciales para el estudiante. Desde luego, para mí lo fueron.
Cuando conoces a Yuri Razuvaev, te sientes relajado. Tiene el aire modesto y pacífico de un monje budista, y una sonrisa dulce y ligeramente irónica. Ante una decisión, como por ejemplo dónde ir a comer, se encogerá de hombros, dando a entender amablemente que cualquiera de dos posibilidades lo satisfarían. Su lenguaje es asimismo abstracto. Cuando conversas con él, es muy fácil que el mayor de los tesoros invada tu mente como una brisa. Cuando aparece el tablero de ajedrez, el rostro de Razuvaev muestra una concentración relajada, sus ojos te atraviesan y entra en escena una mente afilada como una navaja. Analizando partidas con él, sentía cómo estaba penetrando en los recovecos más profundos de mi mente con cada movimiento de las piezas. Después de unas cuantas horas de trabajo, tenía la impresión de que me conocía y comprendía mejor que nadie en mi vida. Era como un jugador de ajedrez al estilo del Maestro Yoda.
Por su parte, Mark Dvoretsky tenía un tipo de personalidad muy diferente. En mi opinión, es el mejor escritor de ajedrez profesional del mundo. Sus libros son programas extensivos de entrenamiento para jugadores de élite mundial, y los estudian religiosamente potentes Maestros y Grandes Maestros Internacionales. "Leer" un libro de Dvoretsky lleva muchos meses de duro trabajo, tal es la densidad de ideas acerca de algunos de los elementos más esotéricos del pensamiento ajedrecístico. Es asombroso cuántos cientos de horas he pasado interpretando sus capítulos, con el cerebro al límite y finalizando cada sesión de estudio completamente exhausto, pero infundido de una comprensión un poco más matizada de las fronteras más distantes de las posibilidades del ajedrez. Hablando en plata, un genio.
En persona, Dvoretsky es un hombre alto y de complexión fuerte, con gafas gruesas, y que casi nunca se ducha ni se cambia de ropa. Socialmente es de trato difícil, y cuando no está hablando de o jugando al ajedrez, parece un pez dando coletazos en la arena. Lo conocí en el primer Campeonato del Mundo Kasparov-Karpov en Moscú cuando yo tenía 7 años, y esporádicamente estudiamos juntos de adolescente. Cuando visitaba Estados Unidos, solía pasar cuatro o cinco días en casa, con mi familia. Durante aquellos períodos, las preocupaciones no relacionadas con el ajedrez no tenían nada que hacer allí. Cuando no estudiabamos, se sentaba en su habitación, analizando posiciones de tablero en el ordenador, y a la hora de las comidas mascullaba entre diente mientras se le caían al suelo trocitos de patata o de pollo. Cuando conversaba, se le acumulaba una espesa saliva en las comisuras de los labios, que a menudo escupía como hilillos de pegamento. Si ha leído usted la extraordinaria novela La Defensa, de Nabokov, acerca del excéntrico genio del ajedrez Luzhin, pues bien, aquél era Dvoretsky.
Cuando se sentaba frente al tablero, daba la impresión de revivir. De algún modo, sus dedos gruesos se las ingeniaban para manipular las piezas con elegancia. Se sentía sumamente seguro de sí mismo, rayando incluso en la arrogancia. Se acomodaba en la mesa frente a un alumno de talento e inmediatamente empezaba a desarrollar composiciones de ajedrez de una enorme complejidad para que las resolviera. Su repertorio de abstruso material parecía ilimitado, planteando, hora tras hora, inagotables interrogantes. A Dvoretsky le encantaba ver a una mente dotada debatiéndose con sus problemas, regodeándose en su poder mientras los jovenes campeones iban perdiendo, poco a poco, su audaz creatividad. Como estudiante, estas sesiones me evocan las escenas de prisión de Orwell en 1984, donde notables pensadores de mente independiente eran aniquilados sin miramientos hasta quedar reducidos a una piltrafa humana.
Entrenarse con Yuri Razuvaev se asemeja mucho más a un retiro espiritual que a una pesadilla orwelliana. Su método depende de una aguda apreciación de la personalidad de cada alumno y de sus predisposiciones ajedrecísticas. Yuri posee una sorprendente sagacidad psicológica, y su estilo pedagógico parte de un detenido estudio de las partidas de sus estudiantes. En un período de tiempo increíblemente corto, descubre la clave del estilo del jugador y los obstáculos que bloquean su más pura autoexpresión. Luego diseña un programa de entrenamieto individualizado que profundiza sistemáticamente en su conocimiento del ajedrez al tiempo que fortalece sus dones naturales.
Mark Dvoretsky, por su parte, ha creado un sistema de entrenamiento globalizado al que, según cree, todos los estudiantes deberían integrarse. Su método cuando trabaja con un alumno consiste en desmoronarlo con una considerable brutalidad y luego acomodarlo en el molde de su sistema de entrenamiento. En mi opinión, este enfoque puede tener consecuencias muy negativas para los jovenes y briosos estudiantes."
1 comentario:
El libro es muy bueno, yo también lo recomiendo. Lo leí hace tiempo cuando salió por primera vez en la editorial Free Press, pero todavía no he logrado descubrir quien es el jugador al que Waitzkin se refiere como "Boris". ¿Alguna idea?
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